miércoles, marzo 14, 2007

EL TOPO DIARIO DE ALCALA 13 DE MARZO

EL TOPO
UN TESORO EN LA BASURA

Cinco y media de la tarde. Un niño – alrededor de diez años-, después de sus horas de colegio y alguna otra actividad fuera del horario escolar, regresa a su casa. Porta una de esas enormes mochilas que padres y maestros nos hemos empeñado en cargarles a las espaldas como si fueran una reencarnación de Atlas castigado a sostener el peso de la tierra. El niño, agobiado por la responsabilidad y la carga, mira hacia el suelo. A su vista dos contenedores incapaces absorber los detritus sociales que los vecinos les encomiendan, se rodean de cajas de cartón perfectamente precintadas con cinta adhesiva de embalaje. Una de las cajas, seguramente por la prisa de quien la tiró allí, ha reventado el cartón y muestra, de manera alternativa lomos y páginas de varios libros oprimidos. Al muchacho se le iluminan los ojos. Se agacha. Se deshace de la mochila, que coloca con cuidado en el suelo, y, sin perderla de vista, dedica su atención a la caja que rebosa libros. La desguaza con furor. Se le nota con prisas de saber qué es lo que contiene dentro. Por fin lo descubre: efectivamente son libros pero no libros cualquiera sino encuadernados con pastas duras e inexpresivas. Cartón adornado de volutas silentes. Abre el libro. Dentro hay dibujos en blanco y negro: no son comic ni tebeos, son libros de letra maciza y dibujo suelto. El mozalbete se admira más. Coloca con cuidado este libro sobre su pesada mochila y abre otro, cuyas características son similares al anterior. Así hasta tres. No pude observar los títulos – demasiado lejos para vista cansada – pero al niño le entusiasmaron. Ha escogido tres y dos los ha dejado visibles a otros paseantes a quienes tal vez interesen. Los preferidos aumentan el peso de la mochila. El chaval duda entre continuar su camino o seguir curioseando en el tesoro encontrado en la basura. Se decide por esto último. Abre otra de las cajas que se ha encontrado junto a los contenedores. Pero en ésta no hay libros sino ropa, material que no le interesa. Titubea si abrir más o no pero decide marcharse. Aunque abrumado por el peso del mundo sobre sus lomos, camina feliz. Yo continúo fijo en los contenedores rodeados de esas cajas perfectamente embaladas. Nadie repara en los libros dejados a la vista. Una mujer de mediana edad se acerca al contenedor portando una caja de semejante tamaño a las depositadas y del mismo modo empaquetada. La deposita en el suelo con cuidado, casi con mimo. No quiere que se reviente como paso con la anterior. Mira hacia los libros que han emergido del ostracismo al que ella los condenaba, pero no los toca. La señora se retira. No aguanto más mi curiosidad y me acerco a los libros salvados de la hoguera: uno de ellos es una novela policíaca editada hace sesenta años en Bueno Aires. Me llega ese perfume de madurez y papel usado. Recuerdo a Borges, y con el tesoro en el bolsillo me voy tan contento como el mozalbete.

1 comentario:

Manuel Díaz dijo...

la cantidad de cosas que te puedes encontrar en un contenedor.
Bonito artículo para este martes y 13.