domingo, agosto 06, 2006

UN MAR DE ADOQUINES

EL TOPO

Un mar de de adoquines

Cuando uno piensa en la comunidad de Madrid se le ocurren un buen número de temas de los cuales se puede opinar de muy distintas maneras. Sin ir más lejos el Alcalde de Móstotes, dispuesto, casi dos siglos después, a emular a su paisano y declarar la guerra a esa parte del mediterráneo por donde anduvo Roldan. También se le ocurre pensar sobre las listas de esperas de sanidad homologadas con nosotros mismos, los profundos conocimientos en matemáticas de nuestros chicos, el ranking de colegios, el reclamo de dosis de vacuna contra las aves del parque del Sureste , etc, etc.. Pero lo principal sin duda es que la Comunidad de Madrid, a pesar de no haber tocado el Estatuto, ni, por lo visto, intentarlo, es el territorio identificado con lindes y límites –no se puede decir fronteras porque hablaríamos de nación- más horadado de Europa. Conseguir llegar al número uno en algo es un mérito indiscutible y aquí se ha conseguido según reconoce toda la prensa local, nacional e internacional. ¡Doce, nada menos que doce, gigantescas máquinas escarbar debajo de nuestros pies! Concursan entre la Presidenta de la Comunidad y el Alcalde de la Capital a ver quien trae el artefacto capaz de hozar más hondo y más deprisa. Al mismo filo de estas noticias tuneladoras, se nos certifica que debajo de Madrid hay un mar de agua dulce. Esto nos congratula, porque si conocíamos que en Madrid no había playa -¡vaya, vaya!- desconocíamos la existencia de este lago inferior que es la reserva vital –y espiritual- de todos nosotros. Es posible que el agujereo de nuestra superficie y la emergencia de nuestras aguas encuentren un punto común y allí surja lo inesperado, la gran noticia: ¡Madrid flota! Ello daría lugar a que el alcalde además de hablarnos del maravillosos bosque que significan las obras de la M-30, podría prometernos - todavía no lo ha hechos- los mejores jardines flotantes del mundo, consiguiendo así otro éxito solo comparable con Babilonia. Las excavaciones emprendidas también pueden dar lugar a canales como los venecianos y quizás a playas subterráneas alumbradas con placas eléctricas de luz solar. Todo es posible. Ya se decía en los gloriosos sesenta que debajo de los adoquines estaba el mar, tal vez ahora podamos parafrasear la afirmación diciendo que debajo del mar están los adoquines... En fin es de loar el empeño de nuestros altos mandatarios en lograr el encuentro de la capital y la playa y construir un doble suelo con lo que adquiriremos doble superficie y nuestra comunidad podrá aspirar al título de la nación subterránea, reino de la luz oculta, borrando de un plumazo el mito del Heade, aquel mundo oscuro donde los griegos situaban el país de los muertos, sin tocar el dogma de fe de la existencia del averno pero trabajando sin pretenderlo por el encuentro de civilizaciones a dos niveles. Yo, precavido, ruego a la dirección de El Diario de Alcalá que si antes esta columna que se llamaba “ a ras de suelo” descienda con un reportaje sobre esos animalitos tan simpáticos de los campos de golf como el futuro de El Encía y la llame directamente por “el topo”, por aquello de ir cogiendo sitio.
Pedro M. Talavan

miércoles, agosto 02, 2006

Amores de bar
Sonaba el jazz latino. Después, rokabily , y la música culmina con baladas a medias entre el cuntry y Bob Dylan. Atendía a la barra un muchacho italiano, barba y pelo negro, largo abundante, muy cuidados, guapo. Hay dos mesas ocupadas en la sala. Cinco clientes más en la barra. En cada una de las mesas, una pareja. En la barra, dos parejas de viajeros italianos y un hombre que observa desde una esquina, la espalda reposada sobre el ángulo, abierto, cámara fotográfica del neorrealismo... Las mesas, para situarnos, una al sur y la otra al norte. Los puntos ordinales son arbitrarios. En la mesa del norte la pareja que la ocupa se pasa papeles propios de las épocas de exámenes. En la mesa del sur, ella habla por teléfono, ese cordón umbilical que nos ha crecido a todos de repente. Cuando no usa el teléfono reía abiertamente, gozosamente, risa cantarina y sonara, sin escandalizar, feliz. De vez en cuando apagaba la risa los labios dulces del muchacho, y se oía mezclado con la música el chapoteo húmedo del beso profundo. El camarero, poco escrupuloso, se acerca a la mesa y ofrece bebidas. Los afectos sufrían la pausa y la risa estallaba alborozada. Volvía a sonar el teléfono. En una mano el aparto, pegado al oído, en la otra un pitillo, la rodilla adelantada, única parte de si misma que en estas circunstancias podía ofrecer a las caricias del amigo. Habían optado por no beber nada más. Cuando terminó la conversación lejana, los labios se volvieron a fundir, esta vez en un breve compás. Se levantaron riendo y se acercaron a la barra para pagar. Las parejas italianas, hablaban con el camarero: les daba consejos y les señalaba lugares de Alcalá. Un muchacho, pelo rizado y revuelto, mejillas arreboladas, barba rala, juvenil, y ojos inteligentes, apretaba la cintura de la muchacha que le acompañaba. La otra muchacha italiana, pelo largo, negro, melena al viento, jugaba con los dedos de su pareja: alto, delgado, pelo negro y arreglado, los cuatro con pañuelos al cuello, interesados por las indicaciones, reían. La pareja esperaba embelesada en los espejos comunes. Salieron los italianos. Rió alegre, la pareja alegre. La otra pareja, la de la mesa del norte, la estudiosa, quizá contagiada, también recogió sus apuntes y los guardaron en las carpetas. Cuando se levantaron, cerraron las horas de estudio en el bar, hoy día de Santo Tomás, Bibliotecas cerradas, con un largo beso, durante el cual la chicha levantaba los talones en ese intento vuelo. Abrazados, salieron. La copa de vino mediaba de la esquina mediaba. La llamada que esperaba, no se producía. Entraron otras dos parejas y ocuparon las mismas mesas que las anteriores habían dejado vacías. La música andaba ahora por un jazz más pausado aunque sin llegar a profundidades. No se oyó nada. El hombre de la esquina sacó del bolsillo del pantalón un teléfono. “Sí.” “vale”. Pagó, salió. Era la hora Tercia en Alcalá el día 28 de enero de 2004.