miércoles, agosto 02, 2006

Amores de bar
Sonaba el jazz latino. Después, rokabily , y la música culmina con baladas a medias entre el cuntry y Bob Dylan. Atendía a la barra un muchacho italiano, barba y pelo negro, largo abundante, muy cuidados, guapo. Hay dos mesas ocupadas en la sala. Cinco clientes más en la barra. En cada una de las mesas, una pareja. En la barra, dos parejas de viajeros italianos y un hombre que observa desde una esquina, la espalda reposada sobre el ángulo, abierto, cámara fotográfica del neorrealismo... Las mesas, para situarnos, una al sur y la otra al norte. Los puntos ordinales son arbitrarios. En la mesa del norte la pareja que la ocupa se pasa papeles propios de las épocas de exámenes. En la mesa del sur, ella habla por teléfono, ese cordón umbilical que nos ha crecido a todos de repente. Cuando no usa el teléfono reía abiertamente, gozosamente, risa cantarina y sonara, sin escandalizar, feliz. De vez en cuando apagaba la risa los labios dulces del muchacho, y se oía mezclado con la música el chapoteo húmedo del beso profundo. El camarero, poco escrupuloso, se acerca a la mesa y ofrece bebidas. Los afectos sufrían la pausa y la risa estallaba alborozada. Volvía a sonar el teléfono. En una mano el aparto, pegado al oído, en la otra un pitillo, la rodilla adelantada, única parte de si misma que en estas circunstancias podía ofrecer a las caricias del amigo. Habían optado por no beber nada más. Cuando terminó la conversación lejana, los labios se volvieron a fundir, esta vez en un breve compás. Se levantaron riendo y se acercaron a la barra para pagar. Las parejas italianas, hablaban con el camarero: les daba consejos y les señalaba lugares de Alcalá. Un muchacho, pelo rizado y revuelto, mejillas arreboladas, barba rala, juvenil, y ojos inteligentes, apretaba la cintura de la muchacha que le acompañaba. La otra muchacha italiana, pelo largo, negro, melena al viento, jugaba con los dedos de su pareja: alto, delgado, pelo negro y arreglado, los cuatro con pañuelos al cuello, interesados por las indicaciones, reían. La pareja esperaba embelesada en los espejos comunes. Salieron los italianos. Rió alegre, la pareja alegre. La otra pareja, la de la mesa del norte, la estudiosa, quizá contagiada, también recogió sus apuntes y los guardaron en las carpetas. Cuando se levantaron, cerraron las horas de estudio en el bar, hoy día de Santo Tomás, Bibliotecas cerradas, con un largo beso, durante el cual la chicha levantaba los talones en ese intento vuelo. Abrazados, salieron. La copa de vino mediaba de la esquina mediaba. La llamada que esperaba, no se producía. Entraron otras dos parejas y ocuparon las mismas mesas que las anteriores habían dejado vacías. La música andaba ahora por un jazz más pausado aunque sin llegar a profundidades. No se oyó nada. El hombre de la esquina sacó del bolsillo del pantalón un teléfono. “Sí.” “vale”. Pagó, salió. Era la hora Tercia en Alcalá el día 28 de enero de 2004.

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