jueves, febrero 23, 2006

El Topo
25 años de paz

Las fechas redondas siempre dan ocasión a los recuerdos o a los proyectos. Este año de 2006, para los que peinamos canas, no puede sino traer a la memoria el tejerazo. El miedo se apoderó de nosotros por unos momentos, pero pasó enseguida para dar paso a la alegría y a la algazara. La manifestación en apoyo a La Constitución sacó de sus casas a mucha gente que hasta entonces no habían pisado la calle más que para acudir a los estrenos de teatro o visitar las “botiques” de la calle Serrano. Muchas señoras calzaban zapatos de tacón poco idóneos para la manifestación callejera. Fue la primera manifestación a la que acudí en la cual ni corría de los “grises” ni cubría información para el medio de turno. Pasee el abigarrado y multitudinario evento por los alrededores, incluso por las calles adyacentes, con paradas intermedias en bares y tabernas. Al frente ya iba el Alcalde de Madrid y representantes del gobierno de Suarez junto a los líderes de todos los partidos. Hacer bulto sí, pero disciplina no. Los carnavales coincidían con la manifestación. En las estaciones de aprovisionamiento que mi amigo Rafael Salazar, profesor de Educación de Adultos, y yo encontrábamos por el camino, aparecían mozas vestidas de muñecas y mozos vestidos de curas. Había pocos guardias civiles, a pesar del triunfo democrático, el horno no estaba para bollos. Fuimos andando, desde El Barrio de las Letras hasta El Cuartel del Conde Duque pulsando el ambiente en Sol, Gran Vía y Princesa. No había fachas. El ambiente festivo invitaba a la permisividad y la tolerancia. Mi mujer había preferido acudir a la manifestación con sus compañeros de trabajo poco acostumbrados a participar en acontecimientos de este tipo. Así pues andábamos como caballos sueltos. El La Travesía del Conde Duque coincidimos con otras mujeres que también disfrutaban del asueto familiar, era día de ello. Juntos entramos al baile. Una orquesta de salsa metía marcha al cuerpo. Rafa y yo, con más imaginación que medios, improvisamos unas tiaras de obispo y decidimos conceder licencias matrimoniales urbi et orbe – el divorcio aún era tema tabú- y nos adelantamos veinticinco años: casamos por la iglesia carnavalesca a varias parejas del mismo sexo que entonces aún no se llamaban “gay”. En la inmensa carpa del patio central del cuartel nos encontramos con más amigos, entre los cuales andaban Juan Antonio Canales y mi mujer, cada uno por su lado. Los saludos fueron saludos y cada cual siguió su rumbo. Era la noche de la libertad y la concordia. Nadie hacía nada mal. Ahora que comienzan los carnavales, borremos de la semana el miércoles de ceniza y el viernes de dolores y holguemos carnalmente. La crispación para los tristes y nostálgico. Son veinticinco años de paz. Ahora sí, y no los de Fraga en pleno franquismo tan repleto de prohibiciones. No puedo olvidar un editorial de la revista humorística de los setenta “Muchas Gracias”: se titulaba “Al libertinaje por la cacha” y concluía: “viva el libertinaje que implica la libertad y además es divertido”. Pues eso.